sábado, 30 de agosto de 2008

MONOS SUICIDAS

El animal humano, pue­de dejar de existir, a voluntad, después de un acto premeditado.
A la ac­ción de autoeliminación se la denomina “suicidio”. Una variante del suicidio es el llamado “suicidio asistido”, una de las muchas formas de eutanasia (ver post publicado el 9 de marzo del 2008).

Aunque tildemos de exageradas las palabras de Albert Ca­mus, al ma­nifestar que "la única libertad verdadera del hombre consiste en po­der quitarse la vida", sí debemos afirmar que ésta es una de las li­bertades que, jamás, se le pueden discutir o negar a nadie.

Con­side­ramos verdaderamente abominable que a un ser humano se le conde­ne a vi­vir contra su voluntad, obligándole a soportar una vida indig­na en lugar de propiciarle una muerte digna. Centenares de miles de monos domésticos con enfermedades incurables en fase terminal (la ma­yoría a­fec­tos de cán­cer, esclerosis múltiple, enfisemas termi­nales, graves reu­matismos o parálisis producidas por accidentes de tráfico); ancia­nos paralíticos con edades superiores a los 90 años, con difi­culta­des para ver, ha­blar, comer, etc...(la mayoría de ellos habiendo per­dido ya a la familia y a los amigos) quieren morir, y así se lo hacen saber a sus médicos. Pues bien, a pesar de que para ellos el único futuro que existe es la muerte a corto plazo, la so­cie­dad y vuestras leyes les obligan a seguir de­teriorándose y a vivir el final de sus días en cre­ciente deterioro y desespero.

La eutanasia es el último derecho que le queda al en­fermo terminal que desee ponerlo en práctica. Es una deci­sión volun­taria que, en la mayoría de los casos, se ha encargado el propio paciente de ir co­municando, de manera reiterada, a sus familiares. Estos, las más de las veces, actúan contra la voluntad del paciente, negándosela, si este tie­ne la des­gracia de no poderse ex­presar en los últimos mo­men­tos, al faltarle la lucidez o el habla.

El partidario de la eutanasia no va pidiendo la mu­erte a diestro y siniestro de los seres que sufren; pide para sí, pre­cisa­mente por amor a la "vida", una muerte digna ante un sufrimiento a­troz e ine­vitable. Creemos que privar de la eutanasia al que racionalmente la so­li­cita, es un hecho inmoral, muy propio de vuestra criminal especie.

Aunque las leyes españolas han despenalizado el suici­dio, el artí­culo 409 del Código Penal castiga con pena de prisión menor (de seis a doce años de cárcel) a quien preste ayuda para el suici­dio, y con re­clu­sión mayor si la ayuda incluye la ejecución de la muerte. La pregunta es evidente: Por qué ha de ser delito, el auxilio a una cosa que no es delito?.

A mi entender debe diferen­ciarse de manera clara en­tre auxi­liar al suicida (facilitar su volun­tad), lo cual de­be­ría ser despenali­zado, e inducir al suicidio (mani­pular su volun­tad) que debe­ría mante­nerse como delito. La Constitu­ción da priori­dad a la li­bertad sobre el dere­cho a la vi­da, por lo que el ar­tículo 409 del Có­digo Penal podría ser anticonstitucional, al castigar con igual pena al que mata a otra per­sona con su consen­ti­miento y al que lo hace con­tra la voluntad de la víctima. La equipara­ción penal entre el homicidio y el homici­dio-suicidio, funda­men­tada en el des­precio hacia la volun­tad del su­jeto pasivo, podría atentar contra el principio constitu­cio­nal de igualdad y contra la necesaria proporcio­nalidad entre el hecho delic­tivo y la pena. No puede casti­gar­se i­gual a quien mata a otro contra su volun­tad que a quien lo hace en cumpli­miento de esa volun­tad. La li­bertad del ciudadano es el eje dia­man­tino que el Es­tado debe respe­tar al regular los demás dere­chos.

El derecho a la vida (como declaró el Tribunal Cons­titu­cional en sentencia sobre el aborto), no es un dere­cho absolu­to, sino que debe compatibilizarse con otros, como la digni­dad de la persona y, en par­ticular, con el derecho a morir con digni­dad. Frente a quienes con­sideran que el derecho a la vida debe prevalecer sobre cu­alquier otro por consideraciones éticas, el problema surge cuando "su" ética, que es una cuestión personal, se im­pone a la de los de­más. …¿Me leen bien, señores curas?

La mayoría de los ciudadanos opinan que la muerte sólo pertenece al individuo, y sólo él tiene de­re­cho a deci­dir sobre ella. La vida es un intrans­ferible derecho de quien vive y la muerte, a su vez, un in­transferi­ble derecho del mori­bundo. Periódicamente aparecen en nuestros rotativos encuestas de opi­nión serias y fiables relacionadas sobre la eutanasia. Durante el año 1988 se publicaron las efectuadas en Gran Bretaña y Francia. Los re­sultados fueron harto elocuentes. Los britá­nicos se inclinaron en un 72 % a favor de la eutanasia, mientras que el 76 % de los fran­ceses apo­ya­ron la despenalización de la "muerte por compasión".

Lo verdaderamente chocante (por lo vergonzoso de la si­tuación) es que, mientas se prohíbe la muerte digna (a petición pro­pia) de un ciudadano, se manda a otros ciudadanos, sin el más leve sonrojo, a la guerra o a la silla eléctrica. Ello representa un e­jemplo más de la que los bonobos llamamos vuestra vergonzosa "hipocresía social".


Demasiadas veces hemos visto artículos en revistas no es­pecializa­das, hablando del "suicidio" de los lemmings, escorpiones, o balle­nas. En lo que escribís de la demás especies se demuestra, una vez más, vuestra ignorancia y vuestro antropocentrismo.
Para que se de tal suicidio, el animal debe ser cons­ciente de que dejará de existir si toma una decisión determinada. Para ello debe tener una idea clara de la irreversibilidad de su pro­pia muerte, y de que la misma le sobrevendrá a consecuencia de tomar determinada de­cisión.
Al pensar de esta manera ejercéis de antropocentristas. Vosotros habéis experimentado tanto con vuestras muertes…y, por desgracia, con la de los demás, que conocéis a la perfección las consecuencias irreversibles de ciertos actos y, en vuestra ignorancia, pensáis erróneamente que lo mismo que sabéis vosotros es aplicable al mundo de los cetáceos, roedores e incluso, a los artrópodos.

Los lemmings, son unos pe­que­ños roedores, pertene­cien­tes a los géneros Dicrostonyx, Myopus y Lemmus, los cuales, en deter­minados períodos, sufren migraciones en busca de nuevos pastos que reemplacen los ya agotados.
En el trans­curso de estas migra­cio­nes, se encuen­tran con pequeños charcos de agua que vadean sin proble­mas; a veces se encuentran con ríos o con el mar (por primera vez en sus vidas) y al intentar atravesarlos, perecen de manera ac­cidental. No tienen manera de saber del potencial destructor del mar, ya que no lo han visto en su vida, por lo tanto no podemos hablar de suicidio, sólo de un mero accidente.

Los escor­pio­nes, a los que el cruel humano ha ro­deado con un círculo de fuego, mueren al poco rato, pero no a consecu­encia de un suicidio volun­ta­rio perpetrado con el veneno de su aguijón, como sugieren los ignorantes humanos, sino debido a la coagu­lación de las proteínas por efecto del ca­lor del fuego. Vuestro antropocentrismo os hace suponer que la presencia del fuego les hará entrar en pánico, lo que les llevará a tomar la decisión de terminar con sus vidas, como hacen los histéricos monos domésticos al saltar por las ventanas o balcones tan pronto como se ven envueltos en llamas.
En ningún momento se os ocurre pensar que el escorpión es inmune a su propio veneno o que se come a las presas envenenadas con su aguijón venenoso, sólo pensáis en lo que haríais vosotros y lo extrapoláis a los demás animales ¡¡ aunque sean artrópodos ¡¡

Los "suici­dios" de las ballenas, no son tales, sino meros accidentes de emba­rrancamiento en las arenas de las playas, al interferir el hombre en sus sistemas de orienta­ción, a causa de las explosiones submarinas provocadas en las pros­pecciones petrolífe­ras, pruebas de armamento, o por culpa de una alteración del campo magnético que utilizan para orientarse, o a causa de un pequeño parásito que se instala en su oído y que les impide determi­nar su situación de orienta­ción, o simplemente puede ser debido a que el cetáceo haya muerto en alta mar y las olas lo ha­yan barrido hacia la playa.
Ignoráis todas estas posibles razones y habláis directamente de “suicidios en masa”, así lo expresáis vosotros y así se lo he oído contar a los presentadores de vuestros telediarios.
¡¡ Y es que vuestra ignorancia cada vez es más atrevida ¡¡


Algunos seres humanos, son incapaces de soportar un determinado nivel de sufrimiento físico o mental. Ello les hace serios candidatos al suicidio.
El suicidio es el acto má­ximo de agresión que uno puede infligirse a sí mismo.
Para llegar a romper la dura línea del instinto de con­ser­vación y del respeto a la propia vida en su relación con los de­más, el suicida necesita haber alcanzado una total marginación fruto de un enorme conflicto interior.

En los países desarrollados aumenta el número de sui­ci­dios, por ser también los lugares donde el individuo se si­ente más sólo, más fal­to de comunicación, y más presionado por el estrés. En estas so­ciedades también hay un mayor número de ase­sinatos.

Las edades con una mayor predisposi­ción al sui­ci­dio son las mar­cadas por la transición, es decir, la pubertad y el paso a la se­nec­tud. Ello ocurre, tanto por desapariciones momentáneas de la espe­ran­za, como por la falta de proyectos que revitalicen la volun­tad de luchar, de mejorar la vida. Por ello el porcentaje de suicidios au­menta al aumentar la edad.

Los hombres se suicidan más que las muje­res, espe­cialmente los depresivos y alcohólicos, los sol­teros sin ami­gos o fami­lia­res, los recién separados por abandono im­previsto de uno de los cónyu­ges, o los que enviudan a edad a­vanzada.
También el paro puede inducir al suicidio, o el tener un trabajo ca­rente de gra­tifica­cio­nes persona­les.
Otros ponen fin a sus días al contraer una enferme­dad grave e i­rreversible.

Por lo que respecta a los jóvenes cabe decir que en los países occidentales, el suicidio, es la segunda causa de muerte (después de los accidentes de tráfico) en los ciudadanos de eda­des comprendidas entre los 15 y los 24 años. Según las estadísticas, la mortalidad por suicidio va au­mentando paulatinamente. En Francia, en 1972, se suicidaron 656 jóve­nes, ci­fra que subió a 887 en 1982. Durante este mismo período las mu­ertes por accidente de coche dismi­nuyeron (3.590, en 1972, por 3.234 en 1982). La tónica mantiene los mismos patrones en la presente década.

Más de dos mil españoles tratan de quitarse la vida cada año (duran­te el año 1989, en el Hospital Clínico de Barcelona, se pre­sen­taron tres casos de suicidios no consumados, cada dos días). Las cifras se mantienen constantes (2017 en el 2006, según informes oficiales) aunque en realidad las cifras reales no tienen nada que ver con las “oficiales”. Ver datos para los años: 1998, 2002 y 2006.

La propor­ción de suicidios es de tres a uno a favor de los hombres respecto a las mujeres, según las es­ta­dísticas ofi­cia­les. Esta proporción superior de hombres suici­das, se mantiene casi invariable, en todos los paí­ses occidenta­les.
Se cal­cula que todos los días se quitan la vida unos 2.800 ha­bi­tan­tes de este planeta, a razón de uno cada 30 segun­dos. Aun­que a ellos debería añadírseles muchas de las muertes atri­buidas a ac­ci­den­tes que no en­tran en la estadística de suicidios y que sin duda lo son. De ser contabilizados como tales, los sociólogos creen que la cifra de sui­ci­dios quedaría multiplicada por cinco. Además de estas cifras, se de­ben añadir a la lista otras 9.000 per­sonas más, que in­tentan el suicidio sin conseguirlo (un in­tento cada nueve segundos), se­gún datos de la Organización Mundial de la Sa­lud.
Según la OMS, vuestros suicidios son la causa de casi la mitad de todas las muertes violentas de vuestra especie en el mundo y alcanzan una cifra de más de un millón de casos al año y, según dicha organización, el número de suicidios podría aumentar a 1,5 millones en 2020, agravando la situación todavía más. Por cada muerte por suicidio, hay numerosas familias y amigos cuya vida se ve devastada emocional, social y económicamente. En la mayoría de los países europeos, el número de muertes por este motivo es mayor que las que se producen por accidentes de tránsito.
En 2001, el número global de decesos por suicidio fue mayor que los de homicidios (500.000) y guerra (230.000).

Los meses en los que se suicidan mayor número de monos domésticos espa­ño­les co­rres­ponden a la primavera y verano. En estas épocas del año se producen cambios a nivel fisiológico en los seres vivos, de los que el primate humano no escapa.
En prima­vera hay una mayor movilización de la agresivi­dad, alterándose las con­diciones biológicas, además, se da el factor psicológico de que en primavera existe el con­traste de la fuerza del es­plen­dor de la Natura­leza y de la os­curidad de un futuro perso­nal.

Tam­bién por Navidad aumentan los suicidios, espe­cial­mente tras el re­ciente fallecimi­ento de un fami­liar alle­gado. Estas tendencias quedan constatadas tam­bién, por las llama­das de pre­suntos suicidas efectuadas al Teléfono de la Esperanza. Dicha institu­ción afir­ma que se producen una mayor cantidad de lla­madas de presun­tos suici­das, los domingos y los lunes. El domingo a­fec­ta a los que se sien­ten solos, y el lunes (día depresivo por exce­lencia) a los que no se ven capaces de apechugar con una nueva semana de proble­mas.
El telé­fono sirve para disuadir a bas­tantes de estos presuntos suicidas. Sólo en los EE.UU., hay más de 150 pro­gramas de preven­ción de sui­ci­dios que fun­cionan las 24 horas del día.

La mayoría de los suicidas toman su deci­sión después de caer en un es­tado de­presivo. Se da con bastante fre­cuencia que el ase­sino su­fra una fu­erte depresión poco después de ha­ber cometido el asesi­na­to, por ello no es de extrañar que uno de cada tres asesinos se sui­cide poco des­pués de haber cometido su cri­men.

La depresión no sólo golpea a un individuo por causas exógenas, como puedan ser graves problemas de pareja, graves dificul­tades eco­nómicas, etc., sino que puede ser debida a problemas endóge­nos, como en­fermeda­des, menopausia, etc. Conviene llegado a este punto, hacer notar a los filántropos que la depresión es un estado anímico no pri­vativo del primate huma­no, ya que la sufren muchos otros vertebrados, desde perros que han perdido a su amo, hasta pája­ros recién enjaula­dos. En tales circunstancias no es raro que rehúsen la comida, lo que a la larga puede ocasionar su muerte. Este “efecto colateral” no debe confundirse nunca con un suicidio.

En bastantes ocasiones, los suicidios se dan en olea­das, provoca­das sin duda, por un efecto imitativo. Cuando un preso fa­moso se suicida, se dan poco después, en un corto período de tiem­po, una se­rie de suicidios que tienen como característica común el hecho de utili­zar el mismo método suicida. Se trata de un intento de emular al héroe.
Una proporción desusada de reclusos puso fin a sus días, ahor­cándo­se, tan pronto como trascendió la noti­cia de la muer­te, por ahor­ca­miento, de Rafi Escobedo. A este fenómeno se le deno­minó "sín­drome Escobedo". Escobedo había sido su ídolo, como antes lo fueron "El Vaquilla" o "El Lute".
En los EE.UU. se produjeron seis veces más suicidios de los previstos, en los siete días que su­cedieron al suici­dio de Salvador Allen­de. Algo parecido ocurre con los suici­dios de adolescentes que si­guen inmediatamente al suicidio de uno de sus ído­los. Una oleada de suici­dios de jóvenes, con 23 muertos y decenas de heridos, se produjo en Ja­pón en el breve período de dos semanas, a raíz de que el cantante "pop" Yukito Okada, de 18 años, se lanzase desde un doceavo piso de su casa de Tokio, el 8 de abril de 1986. Casi to­dos los suicidas escogie­ron el mis­mo método que había utilizado su ídolo. El "New England Journal" publicó en 1986 un estudio en el que se demostraba que el suicidio de un joven visto por TV, pro­vocó una cadena de suicidios de adolescentes.
El suicidio de un personaje famoso, acaba por decidir a los que se están planteando tomar tal deci­sión, y el éxito del método utilizado por aquel, les convencerá para utilizar el mismo sistema.


En España se registran unos 5,26 suicidios o tentativas de suicidio por cada 100.000 habitantes. En las cárceles dependientes del Estado, se producen 142,4 suicidios o tentativas por cada 100.000 presos.
La tasa de suicidios en prisión multiplica por 27 la tasa natural del conjunto de la población española.
Un total de 118 reclusos se suicidaron en los centros dependientes de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias -lo que excluye a los situados en Cataluña, que tiene transferidas las competencias sobre prisiones- en el periodo comprendido entre el 1 de enero de 2000 y el 31 de octubre de 2004, y otros 379 lo intentaron.
A estos datos hay que añadir los datos sobre agresiones violentas entre reclusos.Las agresiones entre internos fueron 4.699: de ellas 394 concluyeron con el resultado de lesiones graves o muy graves, y 11 reclusos fallecieron a consecuencia de esos incidentes.
En las cárceles reina un ambiente tremendamente agresi­vo hacia el preso, puesto que el medio en el que se desenvuelve es suma­men­te hos­til y su sistema de alerta se halla constantemente ac­tivado para po­der defender su inte­gridad física. Por otra parte el interno se sien­te totalmente impo­tente, puesto que su destino depende de fun­cio­narios, jueces y poli­cías. La hostilidad del ambiente, com­binada con la alte­ración de su personalidad, le predispone para tomar la fatal decisión.


Cuando se suicida un adolescente el impacto emocional en la fami­lia y en los amigos es verdaderamente terrible. Los sentimien­tos de culpabilidad se manifiestan con los de tristeza, agresi­vidad y pro­funda depresión. Algunos de estos sentimientos se proyec­tan sobre los familiares y amigos del adolescente muerto, pues en parte se les res­pon­sabiliza de lo ocurrido. Los trabajos de Farberow, en 1983, sobre el suicidio juvenil en diez países, le lle­varon a la conclusión de que el factor más impor­tante que determinaba la fatal deci­sión era las malas relaciones con los padres, seguidas de depresiones, antecedentes de ten­tativa de sui­cidio, aislamiento social y problemas de rendimiento en la escuela.
La tentativa de suicidio más que un deseo de muerte, es una co­municación de la agresividad por la frustra­ción a la que se ve so­me­tido el joven. El estrés causante de la frus­tración se debe, con frecuencia, a problemas personales con la familia nuclear o con la pareja.

La primera causa de suicidio en los niños y adolescen­tes es el fracaso escolar. Las malas notas causan el 70 % de los suici­dios in­fantiles (según datos aportados al 5o Congreso de Neuropsiquiatría In­fantil y Juve­nil). Los culpables indirectos de esta decisión son los propios pa­dres que no comprenden la situación por la que pasan sus hijos y les someten a continua presión. Se obstinan en pensar que: "El niño no vale si no saca buenas notas". Los que se dedican a la enseñanza universitaria están hartos de encontrarse con jóve­nes de brillante é­xito memorístico que vuestro estúpido e irracio­nal sis­tema docente uni­ver­sitario premiará con brillantes notas y que, en rea­li­dad, serán los grandes fracasados del mañana al habér­se­les valo­rado su capacidad memo­rís­tica por encima de su capacidad de razonamiento.
Con harta frecuencia se demuestra que la memoria es la "inteligencia" del incapaz, y precisamente la “inteligencia del incapaz” es lo que potencian y premian vuestras caóticas universidades.

La segunda causa de suicidio infantil es la muerte de los abuelos, que para los niños suele ser el pri­mer con­tacto con la muer­te. Les impulsa a tomar esta decisión, el deseo de imitar, y la cu­rio­sidad por ir donde se hallan los abuelos (debido a explicaciones atrac­tivas efec­tua­das por los pa­dres sobre la muerte de estos y del mara­villoso lugar donde se en­cuen­tran).

También las disputas familia­res in­fluyen en el suici­dio in­fan­til. Ambas causas suponen una caren­cia de afecto y de comprensión, y ello hace que para el niño la situa­ción se haga inaguanta­ble, quedando ate­nazado por la de­presión y la angustia. Mu­chos de estos suicidios se­rían evitables si se interpretasen a tiempo los sín­tomas que ante­ceden a la deci­sión fatal.
El niño muestra, días an­tes, una serie de indicios de depre­sión con diversas molestias físicas, tales como, dolores de ca­beza y de estóma­go. Tiene pocas ganas de jugar, no se siente motivado por sus estu­dios y muestra una generosidad inusitada con sus objetos persona­les más queridos que en­trega a sus mejores amigos a modo de regalos inesperados. Suelen ser niños de personalidad frágil a los cuales la presión de los fami­liares y profesores abruma. El niño se agrede a sí mis­mo y de esta manera agre­de, de manera indirec­ta, a sus padres y a la so­ciedad.

La muerte, en la edad preescolar se imagina como una de­sa­pari­ción temporal. A partir de los ocho años el niño ya le da a la muerte el valor real, aunque no comprende aún muy bien la eterni­dad de la pro­pia desaparición. La televisión se encarga de propor­cionar una idea irreal de la muerte, ya que los actores que mueren en un film apa­re­cen vivos en otro.


Existe una variedad de suicidio que podríamos llamar "su­i­cidio accidental". Un ejemplo de este tipo de suicidio lo cons­tituye la llamada "ruleta rusa". Se puso de moda en España en el verano de 1989. Una vez más el efecto mimético fue el respon­sable de esta cir­cunstan­cia. No es casualidad que desp­ués de seis meses sin una sola víctima en todo el país por ruleta ru­sa, al produ­cirse, a principios de vera­no de 1989 un caso de suicidio por este método, se arrastrase por mimesis una oleada de casos consecutivos.
Las personas que pa­decen cual­quier tipo de debilidad mental, de psicopatías agravadas por cir­cuns­tancias ambienta­les, sociales, climatológicas o persona­les, se sien­ten arras­tradas, en cier­tas ocasiones, por el impacto de un hecho que les impre­siona.

Otra moderna versión del "suicidio accidental" de cariz parecido a la ruleta rusa, se hizo popular en verano de 1990. Con­sis­tía en co­lo­carse en la vía del tren, sentado o de pie y esperar a que llegase el tren para saltar en el último momento. Naturalmente el ven­cedor era el que lograba resistir más tiempo sobre la vía. El más a­tre­vido se granjeaba la admiración y el respeto de sus compañeros y as­cendía rápi­da­mente en el estatus del grupo.
La situación se agrava por culpa de tres factores esenciales: en primer lugar, las apuestas que se cruzan suelen ser "litronas" de cerveza que son consumidas por el grupo sobre la misma vía con la consiguiente pérdida de reflejos. En segundo lugar, los trenes circulan, hoy día, a velocidades supe­riores a los 160 kilómetros por hora. Y, en tercer lugar, los tre­nes, en la actualidad, apenas hacen ruido ya que cir­culan por carri­les soldados, con lo que el clásico traqueteo ya no puede ser detec­tado a distancia. Otras variantes del mismo "juego" son las de sa­car medio cuerpo desde una columna de electrifi­cación y parapetarse detrás de ella en el pre­ciso momento en que pasa el tren, o colgarse de las tra­viesas en los pasos superiores, sacar la cabeza y esconder el cuerpo, hasta que aparezca la locomotora. Aunque lo más típico es ten­derse sobre las tra­viesas y esperar tendido la llegada del tren...y dejar que todo el con­voy pase por encima del cuerpo. Cualquier des­cuido triturará a los practi­cantes, pero los ven­ce­dores pasarán por “súper-héroes” ante sus compa­ñeros.
Un último ejemplo de este tipo de suicidios, lo ten­dríamos en los conductores "kamikazes", que proliferaron por efec­to mimé­tico a fina­les de los ochenta y que reaparecieron con fuerza en el 2004.
En 1988, se puso de moda, en la costa Romaña italiana, el lanzarse a ciegas, con el coche a toda velocidad, hacia uno o dos cru­ces de carretera, sin respetar la señal de "stop". El que supe­raba el reto, se embolsaba una cantidad de dinero que fluctuaba entre 100.000 y un millón de las antiguas pesetas (si se saltaban también el segundo "stop"). El cruce más utilizado para tal prác­tica fue el de la anti­gua carretera adriá­tica con el "viale Abruzzi", en Ric­cione. La ca­rretera lleva a una colina donde se encuentran al­gunas de las disco­tecas más famosas de la costa: "Peter Pan", "Byblos" y "Pachá". La edad media de los prac­ti­cantes denuncia­dos, fue de 30 años.
Lo cierto es que el motivo prin­ci­pal de practicar este tipo de "ruleta rusa", no era el dinero, ya que entre los vehículos abundaban los "Volvo", "BMV", y "Merce­des". Algunos de los coches estaban ocupados por cinco o seis per­sonas. El "juego", ve­nía practicándose desde 1980, antes de ha­cerse popular, en 1988.
Como consecuencia de la “moda kamikaze” durante 1989, en España, fueron detenidas 57 personas por conducir en sen­tido contrario (y a toda velocidad) por las auto­pistas, según la Direc­ción General de Tráfico (DGT). Es­tos conduc­tores produ­jeron 35 acci­dentes, que ocasionaron 22 muertos, 23 heri­dos graves y 13 leves. Las deten­ciones tuvieron lugar en 12 pro­vin­cias diferentes. La mayoría tenía más de 30 años y dos de ellos más de 60.

Para evitar la proliferación de los conductores suici­das (mu­chos de los cuales se constituían como resultado de las apues­tas cru­zadas al salir de las discotecas) se tuvo que modificar el Código Penal, en 1989, introduciendo el artículo 340 que penalizaba tales ac­cio­nes con multas de hasta tres millones de las antiguas pesetas, prisión de dos a diez años y reti­rada del permiso de conducir (en algunos casos, a perpetu­idad). Tam­bién se aconsejó a la prensa que no divulgara los futuros casos para evitar el efecto de mimetismo.

Estáis tan asqueados como especie y con el mundo que habéis destrozado, que cada vez pensáis más en quitaros las vidas. Ello nos demuestra a los demás primates que estáis muy lejos de ser una especie triunfante y muy cerca de ser escoria viviente entre los monos.
Desde el año 2000 habéis puesto de moda, con la ayuda de Internet, el “fomento al suicidio”. Cada día sois más y más los monos domésticos participando en este juego. El anonimato virtual propio de Internet os facilita las cosas, y los Gobiernos no saben que hacer con vosotros.
Japón, donde el suicidio se considera honorable por razones tradicionales e históricas, no puede controlar la situación. Los Samuráis cibernéticos buscan su glorificación en la Red de Redes.
Los clubes de suicidio ya proliferan en Japón, Corea del Sur y Reino Unido.
Los constantes pactos entre futuros suicidas vía Messenger han obligado a los Gobiernos a cambiar la legislación y los foros pro-suicidio están ahora más controlados, sin embargo, los resultados son descorazonadores ya que la policía japonesa admite que por cada Web que logran eliminar, surgen otras diez en las que los jóvenes deprimidos buscan a alguien que les organice la muerte y colegas que les acompañen en su tránsito hacia el más allá.
Las webs pro suicidio publican anuncios del estilo “Se buscan voluntarios para suicidio colectivo”, etc. Catalogan los diferentes métodos según rapidez, efectividad y el dolor que produce cada método, también se describe con todo detalle en que estado será encontrado el cuerpo, incluso sugieren diferentes modelos de mensajes póstumos para las familias.
En vuestro país el problema es tan evidente que el Departamento de Salud de la Generalitat, en Catalunya, incluye un test personal en Internet para los que están pensando en quitarse la vida. La finalidad del test es conseguir que el candidato a suicida de marcha atrás.

Por último, no hay que olvidar que en algunas ocasiones el primate humano se suicida en ma­sa. Tales circunstancias suelen ser propiciadas por derrotas militares, miedo a la esclavitud o fanatismos religiosos.

El hecho de que vosotros seáis el único mono que es capaz de matarse a si mismo y a conciencia, nos habla de lo miserables y tristes que son, para algunos, vuestras vidas, hasta el punto de pensar que no merecen ser vividas.

Vuestras crecientes tendencias suicidas nos muestran lo desgraciados que sois en vuestro ámbito social y el grado de vuestra incapacidad para poder encontrar soluciones a vuestros problemas.


Los bonobos, en cambio, vivimos en paz, tranquilos, disfrutando de una fruta más fresca y sabrosa que la vuestra, nuestra agua no sabe a cloro como la de vuestras ciudades y nuestro sexo es acompañado por el canto de los pájaros. En lugar de morir, sólo pensamos en vivir eternamente en nuestro paraíso. Sólo vuestra presencia lo hecha todo a perder, llegáis a nuestro territorio y nos traéis vuestra polución, destrucción y muerte.

Una vez más, nos dais nuevos argumentos para que, bonobos, gorilas, orangutanes y chimpancés nos congratulemos de no pertenecer a vuestra infeliz y criminal especie.



miércoles, 20 de agosto de 2008

VUESTRAS HEMBRAS Y EL ISLAM



En países como Irak, gracias a un decreto del ór­gano supremo de justicia, un marido puede matar a su mujer, su madre, su her­mana, su nieta o su sobrina, por adulterio, sin que por ello tenga que res­pon­der ante la justicia. Basta con la sola sospecha. Este decreto que exime a los machos de responsabilidades penales por el asesinato de cualquier hembra de su familia responsable de adulterio, fue promul­gado por el propio Consejo de la Revolución de Irak.
Las autori­da­des de Irak jus­tificaron en su día la iniciativa legal del decreto menciona­do en la necesidad de "proteger del vicio a la socie­dad y fo­mentar la virtud y la moralidad".
La realidad es que dicho decreto les permite eliminar a las disidentes políticas progre­sistas, a la vez que ejercer un eficaz sistema de control demográfico, teniendo en cu­enta que des­pués de ocho años de in­tensas guerras había crecido mu­cho la población femenina. Aún hoy, en Irak, se suele lapidar a las mu­jeres en pala­cios de deportes para poder ofrecer el espectáculo a una mayor au­dien­cia de público.

La mujer argelina se enfrenta con problemas de parecido estilo. Desde 1990, los fanáticos de Alá (Comandos Defensores de la Fe) sa­quean las casas de las divorciadas o, incluso, de las mujeres que vi­ven solas; atacan a las que no llevan chador o a las que se vis­ten al uso occidental. Su intolerancia les lleva a destrozar an­tenas de te­le­visión, para que estas no puedan detectar las "imágenes pecami­no­sas pro­pias de la cultura europea".
Los más osados, arra­san las salas de baile, llegando incluso a incendiar las casas de las prosti­tutas con ellas y sus hijos dentro. Pretenden que la mujer no salga de casa sin permiso de su esposo, hermano, padre o tío, que permanezca en la tí­pica "zenana" (sala donde se retiene a la espo­sa, en la que sólo puede pene­trar su marido, su padre, su hermano o su tío).

E­xigen la posibi­lidad de poder repudiar a la mujer y de darle muerte si es sos­pe­chosa de adul­terio. Para ello se la suele introducir den­tro de un saco y se le da muerte a pedradas.


En algunos lugares, como en Irán, la mujer es también víctima del fana­tis­mo religioso. Bajo el régimen de Jomeini (durante los años o­chen­ta) cualquier mujer que mos­trara parte del antebrazo podía ser a­rres­tada y mutilársele una mano.
Se las obligaba a vestir luto per­ma­nen­te por las víctimas de la guerra con Irak. Podían ser encar­ce­la­das si se las veía usar un pañuelo de otro color o por no llevar me­dias bajo el chador, aunque lo más probable era la flagelación pú­bli­ca. La rein­cidencia implicaba la pena de muerte.
Si llevaban el velo bajo, los guardias de Jomeini se lo subían hasta la frente, don­de se lo clavaban con chinchetas. Caso de ser descubiertas con los la­bios pin­tados, se los frotaban con un trapo y cristales rotos.
Las tor­turas eran de lo más sofis­ticadas: desde lanzar contra las pi­ernas de las detenidas je­ringuillas llenas de ácido, con la ayuda de tira­chi­nas, a introducir­les ser­pientes en la vagina, una vez viola­das.
Los fusi­lamientos fingidos estaban a la orden del día. Du­rante las no­ches, los altavo­ces reprodu­cían los gritos que se habían graba­do a las tor­turadas durante el día. Ello aterrorizaba a las 40 pre­sas que se amon­tonaban en cada una de las celdas pensa­das para 10 personas.

La mujer iraní necesita el permiso (escri­to) de su ma­rido para poder tra­bajar, estudiar o, incluso, salir de casa.
Según el Islam (Artículo 13), "No puede con­siderarse a las mu­jeres como perso­nas fia­bles, por ello no podrá con­fiárseles puestos de respon­sabili­dad".
Cu­ando el marido llega a ca­sa, la mujer debe reci­birlo con agua y una toa­lla limpia, para darle la bienvenida; lo cual me recuerda, por sospechosa coincidencia, los consejos de la católica Pilar Primo de Rivera (ver mi último post publicado el 10 de agosto).

El a­dulte­rio se paga con la mu­erte (pero sólo en la mujer). El código penal jomei­nista reza: "La mujer será enterrada hasta el pecho y será lapi­dada hasta la muerte por piedras que la cubran por completo. Pie­dras que no serán lo suficiente­mente grandes como para matar de un sólo golpe, ni tan pequeñas que no se las considere "piedras". La muerte debe ser lenta y será provocada por las heridas o por la asfi­xia bajo las pie­dras". Si sobreviven de­masiado tiempo, se las remata allí mismo.
Para las lapi­daciones no hay límite de edad. Se lapida tanto a niñas como a ancia­nas.
Las que son vírgenes son violadas con an­teriori­dad a su muerte, ya que su religión asume que si mueren vírge­nes van al cie­lo.

Durante el mandato de Jo­meini se utilizaron (y aún se utili­zan) unos aparatos diseñados para cortar limpiamente, manos, pies y bra­zos. La infección de las heridas provoca la muerte a mu­chos mutilados.


Los padres podían ser procesados y los hijos flagelados si, al entrar un inspector de Jomeini en sus casas, se descubría que los hi­jos y las hijas no esta­ban separados por sexos.

En los cole­gios, los sexos se mantienen separados, y las maestras cobran un ter­cio del sala­rio de los maestros. Las ni­ñas, úni­camente pueden ser enseñadas por mujeres, y el escaso número de és­tas pro­voca que el 70 % de las hembras sean analfabetas. Por otra parte les está prohi­bido es­tu­diar canto, ya que: "la voz de la mu­jer excita al hom­bre", según manifiestan las autoridades iraníes.

Hace tan solo tres semanas, en pleno siglo XXI, en Yemen, unos 2000 clérigos musulmanes se unieron a políticos conservadores y jefes tribales para declarar que la participación de las mujeres en política es “haram” (¡¡ Pecado ¡¡).
A continuación redactaron un edicto islámico o “fetua” que prohíbe la participación de mujeres en las elecciones.

En la declaración de esos “iluminados” figura el siguiente párrafo: “Advertimos que si abrimos las puertas a las mujeres, saldrán de sus casas y se mezclaran con los hombres”.. “Si salen de sus hogares y coinciden con hombres en los lugares de trabajo, surgirán relaciones al margen del matrimonio, situaciones indecentes, adulterio e hijos ilegales”.

Antes de dar por terminada la asamblea crearon un comité “para la promoción de la virtud y la prevención del vicio” dirigido por 42 clérigos, cuyos agentes, recorrerán las calles y lugares públicos en busca de lo que ellos llaman “comportamientos indecentes”.
Ni que decir tiene que en esta conferencia de monos domésticos del Yemen sólo asistieron los machos de la especie, ya que se prohibía la presencia de hembras.

La conferencia determinó que se consideraría “vicio”: consumir alcohol, asistir o participar en desfiles de moda, bailar con personas… ¡ DE SEXO OPUESTO ¡, que las mujeres canten en público, enviar a las chicas a estudiar al extranjero sin que las acompañe un macho de su familia …¡¡ que las vigile ¡¡¡, etc.
Las cosas han llegado hasta tal punto, que la comisión parlamentaria de la sharía islámica, que comprueba la conformidad de las leyes con la religión musulmana, ha rechazado una enmienda del Gobierno que hubiese equiparado las indemnizaciones por muerte accidental de las mujeres a lo que ya perciben los familiares de los hombres fallecidos. Todo queda como antes, es decir, la compensación por fallecimiento de un macho duplica lo que perciben los familiares de una hembra fallecida.

El Parlamento aprobará en breve una ley que permitirá encarcelar DURANTE UN AÑO a los hombres y mujeres que se reúnan a solas SIN QUE EXISTAN ENTRE ELLOS LAZOS FAMILIARES ¡¡¡

Para que os hagáis una idea de lo que esto representa debéis considerar que, por ejemplo, ningún hombre podrá dar clases particulares a una mujer, si esta no esta acompañada por un familiar… o que ninguna mujer podrá tomar un taxi, o ser explorada por un médico si no le acompaña alguien de la familia… etc.

En fin, que una vez más se demuestra que vuestras religiones os domestican hasta el delirio ¡¡¡. Que sois monos domésticos porque os encontráis bien con vuestras cadenas, imposiciones y obligaciones.

Si fueseis hembras con sentido común y amantes de la libertad, como lo son las hembras de los demás primates, os rebelaríais contra tanta humillación que no tiene otro fin que denigrar vuestro sexo.
En otras palabras, vuestra actitud pasiva y sumisa ante tanto maltrato social inspirado en la religión nos convence a los bonobos de que tenéis el trato que os merecéis.
Y es que estáis tan domesticadas que algunas de vosotras organizáis incluso manifestaciones para revindicar el “placer” de salir a la calle cubiertas con velos.
Los demás primates de vuestra familia os observamos con ojos "como platos".

Nosotros sin esas cortinas que cuelgan de vuestras cabezas nos sentimos frescos, limpios, ágiles y libres de cualquier estorbo, y nos congratulamos, una vez más, de ser bonobos, chimpancés, gorilas y orangutanes.. en lugar de ser patéticos "monos textiles" domesticados ….como vosotros.


Hasta la próxima semana en la que trataremos el tema del suicidio.

domingo, 10 de agosto de 2008

EL MALTRATO A VUESTRAS HEMBRAS




En gene­ral, cual­quier nega­ción de una apeten­cia, provoca una frus­tración, la cual se traduce en una a­gresión, di­recta o rediri­gi­da.

La agresividad redirigida, se puede constatar al obser­var el com­por­tamiento de enfrentamiento en ciertos animales. Cuando dos riva­les se oponen, están sometidos a la influencia de dos impul­sos cla­ve: el de atacar, para vencer, y el de retroceder, para evitar ser heri­do.
La represión de la agresión, llevará implí­cito un es­tado de con­flicto que sólo se aliviará si se produce una redi­rec­ción de la agre­sividad. Se busca como víctima un individuo más débil, con me­nor poder de intimidación o incluso un objeto que lo sus­tituya.
Se cono­cen ejem­plos de animales residentes en zoos que al ser aislados de sus con­géneres en plena efervescencia agresiva, han optado por mor­derse a si mismos, hasta el punto de provocarse mutila­ciones.

En la vida del animal humano se dan múltiples situaciones de este tipo. Ocurre a menudo, que la agresividad acu­mu­lada no la podéis des­car­gar, por cuestiones de estrategia, contra el in­divi­duo que tenéis más cerca, aunque éste haya sido el directo cau­san­te de la frustra­ción. El sentido común os aconseja no des­cargar vuestra agresi­vi­dad contra un individuo de jerarquía superior, y por ello (al igual que en los demás animales), buscáis una víctima pro­piciato­ria, menos peligrosa. En el trabajo, será un subordinado el que su­fri­rá la descarga agre­siva, mientras que dentro de la propia familia, pagarán las conse­cuencias, los hi­jos o la espo­sa del "a­fec­ta­do". Los últimos receptores de esta cadena de agresividad suelen ser los animales domésticos sobre los que todos los miembros de la familia humana redirigen la agresión.

Naturalmente, como úl­timo recurso, os cabe la posibili­dad de vol­car vuestra ira contra una pape­lera pública, una es­tatua o el em­bra­gue del coche propio.
Si el in­dividuo decide "tra­garse" su im­pulso agre­sivo, lo más probable es que, con el paso del tiempo, lle­gue a de­sa­rro­llar una úlcera gástrica, por exceso de aci­dez. Un caso ex­tremo sería la au­toeliminación, por me­dio del suici­dio.

Pasemos a continuación a analizar la incidencia que tiene cada una de las situaciones mencionadas en el comportamiento humano.
Hoy os sugiero tratar de la agresividad contra la mujer.

En casi todos los vertebrados, incluido el animal humano, el ma­cho es habi­tualmente más agresivo que la hembra. Las luchas ritua­li­za­das a­cos­tumbran a ser un fenómeno esencialmente masculino; las hem­bras no suelen pelear entre ellas por jerarquía o territorio. Ello no quiere decir que no puedan ser agresivas. Su agresivi­dad se muestra al máximo cuando se trata de defender a sus crías y en alguna ocasión cuan­do compiten por el mismo macho en las relaciones monóga­mas.

Si a un macho joven o a una hembra se les administran hormonas masculi­nas, su agresi­vi­dad aumenta de manera evidente. En la especie humana se de­muestra también que los niños son mucho más revoltosos y menos "maneja­bles" que las ni­ñas. In­numerables experimentos llevados a cabo en guarderías demues­tran de ma­nera diáfana tal aseveración.

En los mamíferos, la sexualidad del macho contiene un ele­mento impor­tante de agresividad. Esta agresividad es necesaria para poder lle­var a cabo la penetración; en sí, este acto conlleva cier­tas do­sis de agresividad ya que el macho “apuñala” con su pene, de manera reiterada, la apertura genital de la hembra. En muchos casos la penetración se lleva a cabo des­pués del sometimiento de la hembra.

Por otra parte, si la agresividad es un componente de la sexuali­dad, no deberá extrañarnos el hecho de que entre las parejas o matri­monios se susci­ten peleas y disputas violentas. Tanto es así, que la poli­cía sabe muy bien que en caso de asesinato (si el motivo no ha sido el robo), es el esposo, esposa o pareja sexual, el principal sos­pecho­so.
En el mundo occidental, el asesinato, es primordialmente un crimen do­mésti­co, ya que el asesino es frecuentemente el marido o padre, y la víc­tima la esposa o su aman­te.

Desmond Mo­rris y Blom-Cooper os recuer­dan, acer­tadamen­te, que la so­ciedad mira con una cierta simpatía y com­pren­sión al es­poso que mata a la esposa infiel o al amante de su es­posa; ya que el cri­men pasional os hace vibrar a todos de una ma­nera muy es­pecial, mientras que el típico crimen por dinero no es capaz de evo­car en vosotros un es­tado aní­mico pareci­do.

Los malos tratos a las mujeres se denuncian más a menudo desde la dé­cada de los ochenta, en que se dio una mejora en la pro­tec­ción ju­rí­dica y una proliferación de instituciones encarga­das de velar por la mujer. Ello ha permitido a las mujeres superar la ba­rrera tra­di­cio­nal del miedo a las consecuencias de la denuncia y a la clásica in­di­feren­cia policial y judicial.

El 81,2 % de las víctimas de delitos y faltas de malos tratos en Es­paña son mujeres, así como lo son el 67,6 % de las víctimas de pa­rri­ci­dio (según el Ministerio del Interior).
En 1984 (primer año del que e­xisten datos), se presentaron 16.070 denuncias por haber su­frido ma­los tratos por parte del marido o compañero. En 1986, las de­nuncias fueron 17.039, para subir a 21.663 en 1987 y, año a año, el número de denuncias siguió aumentando.

También aumentó paulatinamente el número de femicidios. Entre el año 2002 y el 2006 fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas 321 mujeres mayores de catorce años en España, una media de 64 mujeres cada año. Durante este periodo, los femicidios aumentaron un 32,69%.
Andalucía, Cataluña y Valencia son las regiones en las que se produjeron más femicidios del 2002 al 2006. Asimismo, por provincias, las que han registrado más asesinatos a mujeres en este periodo han sido Barcelona (29 casos), Madrid (24 casos) y Valencia (21 casos).
En términos absolutos, el perfil de la víctima, era una mujer entre los 25 y 34 años.

El 75,31% de las mujeres asesinadas por su pareja o ex pareja eran españolas, frente al 24’69% que provenían de otros países, principalmente de Iberoamérica.
En cuanto al historial del maltrato, al menos el 34’27% de las mujeres asesinadas habían sufrido previamente malos tratos. El 69% de estas mujeres había denunciado a su agresor.

El 76,18% de los asesinos de mujeres en este periodo analizado eran españoles. El 23,82% restante eran extranjeros procedentes, principalmente, de países iberoamericanos y de la Unión Europea.
Por otra parte, en cuanto a los antecedentes de los asesinos, el 19,94%, antes de cometer el femicidio había transgredido las leyes.
Aunque la vinculación más habitual entre el asesino y la víctima es la de cónyuge, un 24,61% de los asesinos cometen su crimen tras romper con la víctima y el 71,11% de los asesinatos se cometen en el domicilio de las víctimas.
En cuanto al método utilizado, los asesinos suelen matar de cerca y utilizan métodos crueles, el 42,81% de los agresores han usado arma blanca; el 12,46% han estrangulado a su víctima; el 9,58% han utilizado algún objeto contundente; el 6’39% le han dado una paliza. El 15,65% han usado arma de fuego.
Otros datos de interés son que en el ámbito rural se han producido más víctimas que en el ámbito urbano; que el mayor número de femicidios se han producido en los meses de julio y agosto y que el 45,48% de los femicidios se han producido en los días festivos.
Las cifras de malos tratos dentro de la pareja que trascienden al público en general, se considera que representan tan sólo el 5 % de las agresio­nes que se pro­ducen. Un 76 % de estas denuncias revelan que el autor de la pa­liza es el propio ma­rido o compañero. Estos datos (facilitados por el Institu­to de la Mujer, ante la Comisión de Derechos Humanos del Senado) confir­man el he­cho de que es en el seno de la familia donde tiene lu­gar la mayor parte de la violen­cia contra la mujer, ya que la insti­tución familiar perpe­túa la subordinación de la mujer al hombre.

Las multas al agresor son verdaderamente ridículas (3.000 o 4.000 pe­se­tas, era la penalización en el año 1989), aunque la víc­tima su­friera rotura de costillas, conmo­ción cere­bra­l, etc. Ahora, aun siguen siendo ridículas.
El ar­tículo 66 del Código Penal, dice: "los cónyuges son iguales en dere­chos y en de­beres". Pues bien, a pesar de ello, hay maridos que exi­gen de sus es­posas un trato de servilismo, llegándolas a con­vertir en escla­vas do­més­ticas, y golpeándolas, si no se les sa­tisface con­ve­niente­men­te.

Quizás por miedo, la mujer no utiliza su fuer­za contra el hom­bre ni se defiende casi nunca cuando es agredida. La mayoría se niega a denunciar, hasta que las palizas se reiteran. Esta in­hibición viene dada, en ocasio­nes, por la falta de conoci­miento de sus derechos, el miedo de ac­tuar ante las autoridades, la falta de re­cursos económicos para inde­pen­dizarse, la dependencia psi­cológica, los problemas que representan los hijos exis­tentes, etc. La mayor parte de estas mujeres temen las posi­bles re­presa­lias de sus maridos, y al­gunas piensan que no vale la pena, puesto que a veces todo termina con una multa de simbólica para el marido.
Los vecinos tam­poco de­nun­cian, pues consi­de­ran las agresio­nes entre matrimo­nios como un asunto privado de cariz do­mésti­co. Las acostumbran a cali­ficar de "rencillas matrimoniales". En muchos casos son los hi­jos quienes traen a sus madres a la co­mi­saría, hartos de presenciar las pa­lizas domésticas.

Este tipo de agresividad no se da únicamente en las cla­ses más bajas, carentes de un mínimo nivel cultural. Los estudios sobre la mujer maltratada, llevados a cabo por la Comisión de Rela­ciones con el Defensor del Pueblo, pone de relieve que este tipo de agresiones se da también entre las clases media y alta.
Las estadís­ticas hablan de que la mujer presenta, por lo general, una am­plia tolerancia al maltrato. Bastantes mujeres lo llevan sufrien­do entre 10 y 20 años.
Lo cierto es que donde debería anidar la a­fecti­vidad, en muchas oca­siones reina la violencia.


Hasta la llegada de la Constitución de 1978 (con la mu­er­te del General Franco) existía una legislación que otorgaba al marido la doble potestad patria y marital, e imponía a la mujer y a los hijos el deber de obediencia; el hombre era el jefe del hogar, y la mujer ne­ce­sitaba su permiso para sacarse su pasaporte o, incluso, para a­brir una cuenta bancaria. Se hallaba supeditada al marido, a tra­vés de tres vías: su propia vida personal, sus hijos, y sus bie­nes.
La mujer debía obe­diencia al ma­rido y éste protección a su mujer, como si se tratase de una menor o de una incapa­citada mental o física. La legislación no con­templaba el cas­tigo por parte del marido a su mujer, pero los ma­los tratos se con­si­deraban “cas­tigo tácito”, que el propio marido se encargaba de llevar a cabo.
Como muestra de hasta que punto estaba supeditada la mujer a su marido y hasta que punto la tenia el marido a su servicio os incluyo a continuación un extracto de las Instrucciones de Pilar Primo de Rivera (Jefa de la Sección Femenina durante el franquismo) que en 1950 aconsejó a las jóvenes que deseaban contraer matrimonio con el siguiente escrito:

“Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo. Especialmente, su plato favorito.
Ofrécete a quitarle los zapatos.
Habla en tono bajo, relajado y placentero.
Prepárate: retoca tu maquillaje, coloca una cinta en tu cabello. Hazte un poco más interesante para él. Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es proporcionárselo.
Durante los días más fríos deberías preparar y encender un fuego en la chimenea para que él se relaje frente a él. Después de todo, preocuparse por su comodidad te proporcionará una satisfacción personal inmensa.
Minimiza cualquier ruido. En el momento de su llegada, elimina zumbidos de lavadora o aspirador. Salúdale con una cálida sonrisa y demuéstrale tu deseo por complacerle.
Escúchale, déjale hablar primero; recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los tuyos.
Nunca te quejes si llega tarde, o si sale a cenar o a otros lugares de diversión sin ti. Intenta, en cambio, comprender su mundo de tensión y estrés, y sus necesidades reales.
Haz que se sienta a gusto, que repose en un sillón cómodo, o que se acueste en la recámara.
Ten preparada una bebida fría o caliente para él.
No le pidas explicaciones acerca de sus acciones o cuestiones su juicio o integridad. Recuerda que es el amo de la casa.
Anima a tu marido a poner en práctica sus aficiones e intereses y sírvele de apoyo sin ser excesivamente insistente.
Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ésta, ya que los intereses de las mujeres son triviales comparados con los de los hombres.
Al final de la tarde, limpia la casa para que esté limpia de nuevo en la mañana.
Prevé las necesidades que tendrá a la hora del desayuno. El desayuno es vital para tu marido si debe enfrentarse al mundo interior con talante positivo.
Una vez que ambos os hayáis retirado a la habitación, prepárate para la cama lo antes posible, teniendo en cuenta que, aunque la higiene femenina es de máxima importancia, tu marido no quiere esperar para ir al baño.
Recuerda que debes tener un aspecto inmejorable a la hora de ir a la cama… si debes aplicarte crema facial o rulos para el cabello, espera hasta que él esté dormido, ya que eso podría resultar chocante para un hombre a última hora de la noche.
En cuanto respecta a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él siente la necesidad de dormir, que sea así, no le presiones o estimules la intimidad.
Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer.
Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar.
Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes.
Es probable que tu marido caiga entonces en un sueño profundo, así que acomódate la ropa, refréscate y aplícate crema facial para la noche y tus productos para el cabello. Puedes entonces ajustar el despertador para levantarte un poco antes que él por la mañana.
Esto te permitirá tener lista una taza de té para cuando despierte”.

Estas recomendaciones de una hembra de mono domestico a las demás hembras de la especie para que se autodomestiquen aun más, nos sirve a los bonobos para constatar el bajo nivel de vuestra inteligencia y de vuestra dignidad.
También demuestran que algunas de vuestras hembras son aun más machistas que vuestros propios machos.

En cuanto a los actos de violencia que cobardemente perpetráis los machos humanos contra vuestras hembras y que os he plasmado en las estadísticas no hacen otra cosa que demostrar que tipo de primate sois.



Por eso los bonobos, una vez más, nos congratulamos de no pertenecer a vuestra horrible especie.
Siendo bonobos, tenemos garantizada la paz y la armonía familiar para el resto de nuestros días.
Os dejamos para vosotros: la violencia, los celos, el machismo, la soberbia y el asesinato.


viernes, 1 de agosto de 2008

MANIFESTACIONES DE LA AGRESIVIDAD

La visión del enemigo no suscita única­mente la agresi­vi­dad, sino que también provoca miedo. Diríamos que en este momento cru­ci­al, el animal se encuentra sometido a dos fuerzas contrari­as: una de ellas (la agresividad), le empuja al ataque, mien­tras que la otra (el mie­do), le frena y le controla.
Normalmente el animal op­tará por una solución intermedia, que consistirá en una exhibición de amenaza. Las señales agresivas de la amenaza sirven como aviso de la violen­cia con la que se pretende lanzar el ataque.
Si la estra­te­gia da re­sul­tado, se habrá logrado la vic­to­ria sin haber entrado en com­bate y por lo tanto, sin haber recibido un sólo rasguño, con lo que se habrá obtenido una máxima efectividad con el mínimo esfuerzo.
Caso de entrar en combate, el animal podría resultar vencedor a cambio de recibir alguna herida que le podría representar un handicap para un nuevo combate que podría perder a causa de la lesión.
En caso de desencadenarse la lucha, el cuerpo, tendrá toda su ma­qui­naria a punto para emplearse a fondo. Con el trans­curso del com­bate la energía se irá consumiendo y, finalmente, hará su apa­ri­ción un estado de calma fisiológica.

En el hombre (como no podía ser menos al tratarse de un mamífero), se producen exactamente los mismos cambios fisiológicos que acabamos de describir.
Aunque ya no podéis impresionar a vuestros ri­vales a base de erizar vuestro pelo corporal, aún quedan reminis­cen­cias de tal posibilidad en momentos de pánico extremo.
Todavía mantenéis como cualquier otro mono y tantos otros mamíferos, el músculo individual situado en la base de cada folículo piloso, y cuando os estremecéis tensáis estos pequeños músculos que os elevan el vello, al igual que ocurre en el chimpancé, y que, en vuestro caso, os dan a la piel el típico aspecto de “piel de gallina” mientras un escalofrío os recorre el cuerpo.
Vuestra literatura describe la situación con frases del estilo “Se me pusieron los pelos de punta”, “se le erizaron los pelos de la nuca”, etc.





Sin embar­go, la pér­dida de pelo con la consiguiente exposición de zonas de piel desnuda, os permite lanzar otro tipo de señales a través de la piel.


Se tra­ta de profundos cambios de color que varían del pálido al rojo in­ten­so, y que sin duda sirven de señal externa para anunciar vues­tro es­tado aní­mico. Por lo general palidecéis de miedo y enrojecéis de ra­bia.
Como hemos visto en otro post, una de las funciones de la adrenalina consiste en inducir el transporte de la san­gre de las zonas superficiales del cuerpo a zonas musculares durante la prepa­ración para la lucha, con lo que se os produce un empalide­ci­mi­ento de la piel. Por tanto, la palidez su­per­ficial, será únicamente una indica­ción de la gran actividad fisiológi­ca que se está preparando en vuestros cuerpos. Las señales que acompañan a la palidez, serán las verdaderas guías que os traducirán el auténtico significa­do de la misma.
Si se trata de señales de agresividad, se estará preparando un ataque, pero si se acompaña de señales de mie­do, lo más probable es que la palidez del indivi­duo sea debida al pánico.
Una persona con la cara en­ro­je­cida, aunque muestre pautas agresivas, será mucho más difícil que se lance a un ataque, puesto que su fisiología no está prepa­rada para tal fun­ción, al no haber canalizado su riego san­guí­neo, en la dirección de los efectores del ataque.

Naturalmente, los movimientos intencionales de agresión, que hemos des­crito para los animales, se dan también en el animal humano. En situa­ciones ex­tremas de agresividad, el mono domestico, aprieta los puños, y los le­vanta y agita en señal de amenaza, llegando en algunos casos a es­trellar el puño contra alguna superficie o a patear con fuerza el sue­lo, como evidencia de una agresividad redi­rigida.
El comportamiento de un humano iracundo y de un chimpancé cabreado, parecen recortados por un mismo patrón.
El hecho de golpear objetos para descargar sobre ellos la agresividad que no os atrevéis a lan­zar sobre un rival que pudiera resultar peligroso, es constante­mente obser­vado en el comportamiento de muchos animales; desde el toro que, al sen­tirse frustrado en su agresividad, cornea a un burladero, al chimpancé o go­rila, que en la misma circunstancia, a­rrancará, macha­cará y arrojará vegetación, en todas direcciones.
Todas estas exhi­bi­ciones, que se a­compañan de terribles aullidos y gruñidos, preten­den causar mella aními­ca en el contrincante y casi siempre lo consi­guen.

En cuanto a las expresiones faciales que indican agre­si­vi­dad, cabe decir que en el hombre se dan de dos tipos: las que compar­tís con los otros primates y las que son específicas del animal humano y que os han venido dadas a través de la cultura. Entre las prime­ras po­demos destacar el fruncimiento de cejas y labios, mientras que entre las cul­turales existe una amplia gama de expresiones insultan­tes, al­gunas de ellas locales y otras más extendidas (como son el sacar la lengua en señal de burla o los gestos obscenos).






En el mono domestico se puede detectar fácilmente, al igual que en cual­quier otro animal, un estado conflictivo interno, por la can­tidad de actividades de desplazamiento que efectúa en un determinado espacio de tiempo. Actividades, tales como: encender cigarri­llos (que pos­te­ri­ormente serán apagados a medio consumir), morderse las uñas, jugar con los objetos que sirven de ornamento, rascarse la ca­beza o pasear­se a­rriba y abajo a lo largo de una habitación, son se­ñales indicado­ras de un estado de frustración. Estas señales se harán más in­sis­tentes y obsesivas, cuanto mayor sea el conflicto in­terno.

Las televisiones de todo el Mundo nos sirvieron, en 1989, las imágenes de la visita del Papa a Nueva Zelanda. Una vez hubo des­cendido del a­vi­ón, Juan Pablo II, echó a andar flanqueado por las au­to­ridades que le die­ron la bienvenida; en aquel preciso momento, una ráfa­ga de aire le arre­bató su solideo papal. El Papa se llevó la mano a la ca­be­za, en un movimiento reflejo, dudó unos segundos mien­tras realizaba el movi­mien­to intencional de echar a correr detrás del soli­deo, pero se re­frenó al instante, sin duda por considerar que una ca­rrera tras el soli­deo resultaría ridícula, hilarante y poco digna de los movi­mientos ma­jestuosos que allí debía representar en ejerci­cio de su "rol" papal.
Como resultado de este con­flic­to interno, el Papa emi­tió una clara señal de desplazamiento, puesto que con la mano que aún mante­nía sobre su ca­beza, procedió a ras­carse el cuero cabe­lludo, de mane­ra suave, pero fir­me.
Esta misma señal de desplaza­miento, tan típica del primate humano, la efec­túan también muchas ve­ces, los chim­pancés, gorilas y oran­gutanes.
Este comportamiento papal he tenido ocasión de verlo, en otras muchas ocasiones, en plena selva, llevado a cabo por chimpancés y monos colobos.



Cuando os encontrais desarmados para luchar, os ve­is obligados a utilizar vuestras extremidades de la misma manera que lo hacen los otros mamíferos.
Muchos de los movimientos corporales que denotan enfado en el hom­bre, son calcados de los que utiliza el chimpancé.
El pri­mate humano cuando se enfada, patea el suelo con fuerza y gol­pea a los ob­je­tos que tiene más a mano, araña, y muerde. Un rictus de agresividad se dibuja en el ros­tro para intimidar a sus con­trin­can­tes, lo mismo que un gato, tigre, pe­rro o mono, y como hemos descrito más arriba, en de­termina­das zo­nas de su cuerpo se ten­san los diminutos mús­cu­los que en tiempos pre­téritos se encar­gaban de levan­tar el pelaje, lo que pro­porcionaba al homínido un au­mento ficti­cio de su en­ver­gadu­ra, para im­pre­sio­nar a sus enemigos (al igu­al que sucede hoy día en otros ma­mí­fe­ros).

Si obser­vamos a un niño enfadado, no­taremos en él prác­ticamente los mis­mos movimientos y expresiones cor­porales que detectaríamos en un chim­pancé (van Hooff 1976). Todas ellas son las expresiones básicas de agresi­vidad que no necesitamos aprender puesto que nos vienen da­das con nu­estra dotación genética.
Un niño sordo, mudo y ciego de naci­miento, se comportará, al sentirse agresivo, de la misma manera que lo haría un niño normal, es decir, fruncirá los labios, tensará su musculatura, gesticulará de la misma manera y terminará estampando con fuerza los pies contra el suelo.

Se ha comprobado que las personas a las que se les im­pide descar­gar su furia, presentan una reducción del umbral de la agresivi­dad. Este tipo de situación se da en los campos de prisione­ros o en las largas expediciones cien­tíficas o de otra índole, en las que un grupo de buenos amigos o de personas afines deben consumir minutos, horas y días interminables, evitando cualquier posibilidad de disputa para el bien del grupo. Ello comporta la mencionada redu­cción de um­bral, con lo cu­al, las frases o actos más inofensivos, como el roncar, cantu­rrear o silbar, se transforman en ruidos inso­portables que desen­cade­nan una a­gresividad inusitada, por lo que tie­ne de violenta y des­pro­porcionada. La doma social en la que está inmerso el hombre, le in­capacita para po­der desahogar su agresividad, al obligarle a come­dir­se ante muchas de las oportunidades que le sur­gen para poder des­car­garla.

En un sentido figurado podríamos decir que el ser humano tiene dos caras; la cara "ON" y la cara "OFF". Cuando no se encuentra inter­accionando con la sociedad, pone su cara "OFF", mientras que cuando se está relacionando socialmente adopta su cara "ON".
Con la cara "OFF" os mostráis tal cual sois y como os sentís. En cambio, para no ser rechazados por la sociedad, la hipocresía social os obliga a adoptar una expresión característica que concuerde con determinadas cir­cunstan­cias. Ello os obliga a utilizar vuestra cara "ON" con la que pretendéis hacer creer que estáis más tristes de lo que realmente estáis (al dar el pésame en determinados funerales, etc.) o más con­tentos de lo que en realidad os sentís (al felicitar a un rival de oposiciones, por ejemplo).
Si el lector reflexiona honestamente, casi con toda seguridad recono­cerá que utiliza en su casa, con su familia, un tono de voz más agre­sivo que el que usa al relacionarse socialmente. En el hogar se muestra más como es en la realidad; no necesita "actuar", por eso lleva casi permanen­te­mente su cara "OFF", mostrando la triste realidad de la naturaleza humana.
Fuera de casa utiliza más frecuen­temente las palabras "por favor", "mu­chas gra­cias", sonríe más a menudo, cede el paso, etc. De no ha­cerlo así po­dría verse re­cha­zado socialmente. Por ello se ve obligado a "actuar" con su cara "ON".
Es un ejemplo más de la doma social que os aplicáis a vosotros mismos y que (como hemos dicho tantas veces) os transforma en monos domésticos.

Vuestra "doma social" puede llegar a extremos inusitados, como se pone de manifiesto en la "doma religiosa" y la “doma política”.

Como conse­cuencia de la revolución estudiantil en la plaza de Tiana­nmen (que pro­vocó una verdadera masacre de estudiantes) las autori­dades chinas a­pli­ca­ron a los estudiantes un adoctrinamiento político inten­sivo, mediante las clásicas técnicas de lavado de cerebro: se les mos­traban ví­deos, una y otra vez, que ofrecían la versión oficial de los acon­te­cimi­en­tos, o­bli­gándoseles a hacer auto­críticas públicas, memori­zan­do las pala­bras del líder Den Xiaoping y forzándoseles a repetir­las de ma­nera obsesiva. Se les instó también a informar del paradero de los estu­dian­tes desa­pa­reci­dos, mientras se les censuraba el correo. Se inves­tigaba su iden­tidad cuando entraban en el recinto uni­ver­si­ta­rio a la vez que se les regis­traban sus pertenencias. Los ca­miones de sol­dados circulaban con gran estrépito por el campus u­niver­sitario a fin de coaccionar a los estu­dian­tes. La totalidad de los primeros cursos de universidad fue­ron envi­ados a una escuela militar de las afueras de Pekín para reci­bir ins­truc­ción política y militar durante un año, antes de comenzar sus es­tu­dios.



El Gobierno volvió a la antigua práctica de asignar los puestos de tra­bajo a los estudiantes que se licenciaban, pagándoseles sueldos bajísimos (por debajo de la media nacional). Se les obligó a firmar un contrato de cinco años, como mínimo, para com­pensar al Gobierno por su educación. Durante este tiempo se les ne­ga­ron los per­misos de resi­dencia en Shangai o en Pekín.

Cada paso que dais hacia una más estricta domesticación es un paso atrás en vuestra libertad e independencia.



Los bonobos, sin embargo, nos mantenemos firmes, libres, salvajes, dignos e independientes,
PARA VERGÜENZA VUESTRA.