sábado, 31 de julio de 2010

AGRESIVIDAD EN LA NIÑEZ

Como ani­males que sois, lu­cháis para preservar vu­estras vidas y las de vues­tras crías, de cu­alquier peligro. Al igual que los otros ani­ma­les, os sentís heridos y celo­sos cuando estáis en tran­ce de perder a vu­es­tras pare­jas a ma­nos de vuestros rivales de sexo. Al estilo de los demás anima­les, com­petís con vuestros com­pañeros de es­pecie para ha­ceros con los recursos vitales. Y a seme­janza de cual­quier otro prima­te, mostráis vuestra frustración con agresivi­dad, al seros a­rrebatado un objeto que os pertenece, ya sea durante vuestra niñez o en vuestra edad adulta.

En el bebé humano se evidencia des­de la más temprana e­dad, el no­table bagaje de agresividad innata que almacena su ser. Cuan­do se le niega una voluntad, estalla en violen­tos lloros a la vez que su cara se congestiona, cie­rra los puños con fuerza y lanza pata­das con ra­bia, simul­tane­ando am­bos pies al estilo de pedaleo, llegan­do incluso a morder cuando es un poco más ma­yor, como tantos otros animales. Este comportamien­to se obser­va incluso en los niños sordos y cie­gos de na­cimien­to, dándose el caso de que los niños ciegos redirigen en muchos casos la agresión contra ellos mismos, mor­diéndose su propia mano.

Eibes­feldt, cita di­versas culturas en las que los niños llegan incluso a pegar a sus propias madres si éstas no les dan de mamar con su­fi­ciente rapidez o no les dan en el acto al­guna golosi­na.

Los niños frecuentemente se pelean por la posesión de un juguete, y cuando son aún muy pequeños, se lo arrebatan, sin más, a su rival de disputa. Naturalmente, el expoliado protesta sonoramen­te y, si todavía ha logrado retener entre sus brazos su objeto desea­do, lo más probable es que intente huir para salvar su posesión. Este tipo de com­portamiento innato, que se da en todas las culturas del ani­mal huma­no, se puede observar también en cualquier grupo de jóvenes pri­mates.

A medida que los niños van haciéndose mayores, aprenden de los adul­tos a respetar la propiedad privada. Por ello, en lugar de arre­batarle el juguete al compañero, se lo piden. Si el propietario se niega a la cesión, puede producirse el robo, lo que puede provocar al­gún tipo de agresión.

Entre los chimpancés, cuando un individuo del grupo ha conservado durante algunos minutos una presa recién cazada, los res­tan­tes compo­nentes del grupo le respetarán su posesión, la cual no ne­ce­sitará ya defender. Sus compañeros se limitarán a pedirle al­gu­nas por­ciones de la presa, en lugar de robárselas.

Este tipo de in­hibi­cio­nes sociales son de gran utilidad, pues evitan el conflicto cons­tante para hacerse con las posesiones de los demás.

En vuestra niñez observáis el comportamiento de los a­dultos y, de la misma manera que copiáis algunos de sus hábitos, como el fu­mar, aprendéis también a escoger a las víctimas de vues­tros ata­ques.

Poco a po­co, gracias a la ex­periencia, los niños aprenden que las agre­sio­nes les propor­cionan éxitos, lo que les lleva a instru­menta­lizar la agresión para conseguir el fin que se propongan. Sin embar­go, no necesitarán aprender a actuar agresiva­men­te para defender sus vidas o sus pose­siones, puesto que ello les viene ya dado por natura­leza.

Tragaros vuestra soberbia y convenceros…. Animales sois y como tales os comportáis.