jueves, 31 de marzo de 2011

DOMESTICANDO Y MANIPULANDO LA AGRESIVIDAD


La agresividad del mono domestico esta determinada en gran medida por las ex­pe­riencias individuales. Según el modelo funcional de la agre­sión de Michaelis, una secuencia de conducta es una cadena de deci­siones binarias (si-no) integradas en un circuito regulador. Cuando el or­ga­nismo percibe la aproximación de un congé­nere, debe de­cidir si in­ter­pre­ta la aproximación como algo perturbador o no.

En un primer pa­so, el or­ganismo analiza si se puede elimi­nar el tras­tor­no. Cuan­do existe la posibilidad de elegir entre varias con­ductas, se opta pri­me­ro (según Michaelis) por la que aporta mayor posi­bilidad de éxi­to, y la agresión es precisamente el medio más e­fectivo.

La do­ma social, propia de vuestra especie, se encargará de hacer ver al niño, qué tipo de agre­sión esta justificada socialmente y cuál no le estará permitida bajo nin­guna cir­cunstancia. De esta ma­nera se le ayuda a fortalecer la inhi­bición de la agre­sividad.

En cualquier caso primero se utiliza la instigación como pauta de comportamiento agresivo, y sólo cuando ésta no conduce al éxi­to, se desencadena la agresión física. Después de cada actua­ción, se com­prue­ba si todavía existe la perturbación. Si el modelo con mayor pro­babilidad de éxito no puede atravesar el filtro normati­vo (por ejem­plo, matar al enemigo), se prueba el modelo de eficacia más pró­ximo. No obs­tante a veces la perturbación puede ser tan po­ten­te, que venza la resis­tencia del filtro normativo y entonces la agre­sión se pone en práctica a pesar de la oposición del control nor­mati­vo.

Sirviéndose de su capacidad de aprendizaje, el niño es incorporado a la estructura social desde el primer momento, debiendo pasar pre­via­mente por un período de "doma social", que vosotros llamáis hipócritamente "e­du­ca­ción".

En el interior de la conciencia queda in­corporada una parte de la agresión libre; otra parte viene neutralizada y reducida en las ins­tituciones sociales, a través del cumplimiento de los pape­les socia­les y la obediencia a las reglas de juego, del lenguaje, de las tra­diciones y de las costumbres. Su libertad de acción queda de­limitada por el Código Penal y los Mandamientos de su Iglesia. Pasa a conver­tir­se en un animal doméstico, domesticado por su propia so­cie­dad.

La agresi­ón desaparece, se vuelve latente y es reprimi­da y do­minada, pero queda la agresividad. La renuncia impulsiva a la a­gre­sión libre y sin freno es compensada, al menos parcialmente, por el per­miso de agresión garan­ti­zado y justificado por las institucio­nes, las cuales la dejan aso­mar, de cuando en cuando, de manera rituali­zada.

Dado que los individuos sólo pueden tolerar una canti­dad determi­nada de agresión libre sin peligro de la propia vida o de la con­vi­vencia social, deben crear unas instituciones que adminis­tren, ca­na­li­cen y regulen una par­te de la agresión libre.

La manifestación de la agresión sirve para la descarga y el desa­hogo, para el alivio y la catarsis. De ahí que se haya u­sado siempre para desviarla hacia otros objetivos. Los poderosos di­rigen la in­quietud agresiva latente, contra unos ene­migos exte­rio­res, de esta manera logran desviar la agresividad de sus subordi­nados que a veces se vuelve contra ellos.

Los mandos mi­lita­res in­sultan a sus soldados en tiempo de guerra (a veces también en tiempo de paz) para que estos cana­licen la agre­si­vidad generada, contra el enemigo. Lo propio ha­cen los entrena­dores deporti­vos, con el fin de lograr motivar agresi­va­mente a sus jugado­res contra el equipo contrario.

La satisfacción de atacar al enemigo común produce uni­dad, camara­de­ría y sentimiento de mutua vinculación. Por ello, el des­cu­brimien­to de un peligro común o la invención de un enemigo, sir­ve muy fácil­mente para la manipulación de grupos que necesitan al enemigo como objeto y válvula de agresión. Recuerden los lectores los momentos en los que el general Franco veía aumentar, de manera peligrosa, las críticas hacia su Go­bierno. En esta situación optaba por desviar la agresividad de sus súbditos, inventando unas presuntas amenazas ex­ternas de los "enemigos de la Patria" residen­tes en el extranjero. Casi invariable­mente termi­naba por reivindicar Gibraltar.

El mismo truco fue uti­lizado por Hassan II, el cual ante las presio­nes inter­nas contra su persona, or­ganizó la famosa "marcha verde" para reivin­dicar (con é­xito) el Sahara español. Los coroneles grie­gos salieron de una si­tuación comprometida al levantar el sentido patriótico de la masa, a base de reclamar Chip­re, y los argentinos Vide­la y Galtieri, cuando se vieron atosigados por el clamor popular que exigía el fin de las torturas y de las eje­cuciones contra los "desapare­cidos", op­ta­ron por reclamar Las Malvinas a Inglaterra, a la que declara­ron la guerra. Fue todo un espectáculo contemplar la Plaza de Mayo ates­tada de ciu­dadanos reclamando para Argentina, las Islas Malvinas, apo­yando la iniciativa de sus líderes políticos.

Eran los mismos líderes con­tra los que se habían manifes­tado, en la misma pla­za, pocos días an­tes. La maniobra manipuladora de los generales ar­gentinos había fun­cio­na­do, al lograr que el pueblo volviese su agre­sividad contra el enemigo extranjero. Esta guerra, por cierto, vino como "anillo al dedo" a Mar­garet Thatcher, que vio como su popu­lari­dad subía del cero al in­finito. De tener pocas posi­bili­dades en las elec­cio­nes (que es­taban ya muy próximas) pasó a ser re­ele­gida por una gran mayo­ría. Algo parecido sucedió con su sucesor John Major al entrar Inglaterra en el bando aliado para combatir en la Guerra del Golfo Pérsico. Su aceptación popular ascendió de golpe hasta un 84 %., mientras que gracias a la misma Guerra, Georges Bush se catapultaba de un 32 % a un 87 % en las apreciaciones populares.

El último ejemplo de esta estrategia lo tenemos hace dos semanas, en las palabras de Muamar el Gadafi al enterarse de que las tropas aliadas de la OTAN iban a intervenir en su país, poco después de que declarase que su ejercito iba a entrar en Bengasi como Franco entró en Madrid y que no habría misericordia con los traidores que serían buscados casa por casa. Gadafi les conminó a que lucharan contra los “cruzados” de la OTAN que pretendían armar a los rebeldes "para que los libios se matasen entre si y así poder luego apoderarse del petróleo de Libia". Añadió que armaría a "un millón de hombres y mujeres" para proteger su petróleo. De esta manera pretendía unir a todo el pueblo contra un supuesto enemigo común que provenía del exterior. Afortunadamente su treta no coló y el criminal dictador, pronto o tarde, acabará por morder el polvo de la derrota.

En cada caso se trataba de inventarse un enemigo exte­rior que pre­ten­diera atentar contra la Patria, de esta manera se to­caba la fibra sensible del ciudadano, que se olvidaba, por unos días, de los dic­tadores, para redirigir su agresividad contra su­pu­estos in­vasores del territorio patrio.

La facilidad con la que a los animales humanos sois manipulados por vuestros líderes políticos y religiosos facilita el uso del pueblo por parte de los Gobiernos para su propio interés. Frecuentemente no os dais cuenta de la trampa y llegáis incluso a ofrecer vuestras vidas por supuestas causas comunes según el dictado de vuestros jefes. En la escuela os domestican para la obediencia y para el control de la agresividad, pero en demasiadas ocasiones (como ocurre con algunos perros) basta una orden del “amo” (líder) para lanzaros contra un supuesto enemigo que os presentan como un “invasor” de vuestro territorio.